martes, 7 de enero de 2014

El estudiante de Salamanca



Ha dado en no responder,
que es la más rara locura
que puede hallarse en mujer,
y en que yo la he de querer
por su paso de andadura».

En tanto don Félix a tientas seguía,
delante camina la blanca visión, .
triplica su espanto la noche sombría,
sus hórridos gritos redobla Aquilón.

Rechinan girando las férreas veletas,
crujir de cadenas se escucha sonar,
las altas campanas, por el viento inquietas .
pausados sonidos en las torres dan.

Rüido de pasos de gente que viene
a compás marchando con sordo rumor,
y de tiempo en tiempo su marcha detiene,
y rezar parece en confuso son.

El paseo que realiza Don Félix con esa mujer desconocida y enigmática en el cuarto acto de la obra,  es un recorrido hacia la muerte. Se ofrecen muestras tétricas y oscuras típicas del romanticismo, para mostrar como la vida se ha ido y todo ese mundo de muerte que le rodea es real. La mujer no contesta, no le habla salvo en concretas excepciones, ella es la guía de este camino, ella es la muerte que de la mano lo lleva, un posible castigo a esa vida de lujos y excesos. Hay una alusión mitológica al dios de la tempestad Aquilón, tenemos que recordar que las alusiones a la cultura clásica son muy frecuentes en el estilo literario romántico.
Las pistas que se nos ofrecen para entender que no es un sitio agradable en el que se encuentran son numerosas, si se trata de la muerte sin duda no es una celestial y descansada, sino inferna, la descripción de la oscuridad y el ruido de las cadenas pronostican lo que ya ha ocurrido y lo que nuestro protagonista aun no ha entendido, que probablemente murió en la batalla con Don Diego, y que está haciendo un recorrido hacia la casa de los muertos.

Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera,
cuando horrorizado con espanto ve .
que el uno don Diego de Pastrana era,
y el otro, ¡Dios santo!, y el otro era él...!

Él mismo, su imagen, su misma figura,
su mismo semblante, que él mismo era en fin:
y duda y se palpa y fría pavura .
un punto en sus venas sintió discurrir.

Al fin era hombre, y un punto temblaron
los nervios del hombre, y un punto temió;
mas pronto su antigua vigor recobraron,
pronto su fiereza volvió al corazón.

-Lo que es, dijo, por Pastrana,
bien pensado está el entierro;
mas es diligencia vana
enterrarme a mí, y mañana
me he de quejar de este yerro.


Durante este recorrido infernal Don Félix es testigo del entierro de dos hombres, aquí se da cuenta de que uno de los cadáveres reza con el nombre de Don Diego y el otro con el suyo propio. Esta predicción exacta es la primera que nos confirma la muerte de Don Félix, sin embargo a pesar de en una primera instancia haber temido y dudado acerca de si estaba vivo o muerto, su seguridad y confianza, su altanería y soberbia, hace negarse la evidencia clara de su muerte, alegando ser imposible este hecho ya que él está vivo. Sin duda el tratamiento que recibe aquí la muerte, la forma de morir y el reconocimiento de su propia muerte, está tratado con un halo fantástico y maravilloso la realidad de la vida se esfuma para mostrarnos la realidad de la muerte, una forma muy típica y singular que tiene el romanticismo de mostrarnos siempre el momento que alcanza todo ser vivo, la muerte.


Ana García Romero

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