lunes, 30 de diciembre de 2013

Los bandoleros de Andalucía

[…] Parecía en aquel momento un general irritado mas bien que un capitán de bandolero: apartó con los pies los restos de las botellas y las ropas esparcidas por tierra: miró en torno de sí y nos vio atados: volvió su visla á Concha y una espresion de tristeza pasó por su semblante: sus ojos se clavaron luego sobre Luque que le devolvió sus miradas con altanería.—¿Es esto lo que yo te encargué? le dijo temblando de cólera: la ¡partida de José María no viola mugeres ni maltrata á los hombres: si nos hemos echado al camino ha sido para vivir , pero no para hacer daño. […]

[…] No hay cuidado alguno ya, nos dijo José Maria: queden VV. con Dios y dispénsenlo mucho que han sufrido hoy. Ninguna de nuestras ofertas fué admitida.—Algún dia nos veremos con mas tranquilidad, nos dijo, y tendiéndonosla mano que estrechamos con ternura, volvió las riendas de su jaca cordovesa y desapareció á galope
por el camino.


Los asaltantes de caminos en España durante el siglo XIX estaban a la orden del día. Como en la vida, hubo bandoleros nobles, asesinos y violadores, hombres fuera de la ley cuya vida constaba de robar a los caminantes y huir de la guardia civil. Sin embargo esta figura popular y castiza del país, no siempre agradable, fue reflejada por el romanticismo con una singular importancia. Bien es cierto que el romanticismo siente una especial admiración por los personajes populares al proceder de una tradición oral y original de los pueblos, por ello literariamente lo adornaron convirtiéndolo  en el hombre rudo, castizo, enérgico y valeroso, misterioso en algunos casos, decidido a robar a los ricos y ayudar a los pobres, viviendo en la clandestinidad de los bosques y cuevas de las sierras españolas. Un personaje más semejante al Robin Hood valeroso de los bosques de Sherwood, que a los mayoritarios y temibles bandoleros de la época.

En el fragmento seleccionado nos describen la imagen del bandolero romántico, cuyo estilo de vida ha sido obligado a acatar por las circunstancias y cuya honestidad y moralidad le hacen enfrentarse a sus compañeros, seres violentos y carentes de moral. En un viaje hacia Cádiz emprendido con su hermano, su cuñada y otra mujer llamada Antonia, son sorprendidos por una partida de bandoleros que desvalijan su carromato, los tratan con violencia e incluso intentan violar a las dos mujeres. Llegados a este punto crítico de la historia, irrumpe el jefe de todos ellos, José María, imponiendo el orden y acabando con la vida de aquel que había alentado al grupo de cometer tan abominables actos.

Por boca del bandolero José María, habla el prototipo de bandolero romántico cuyos fieles y honrosos principios hace socorrer a los viajeros de su partida, que liderada en ese momento por uno de sus secuaces, imagen totalmente opuesta del bandolero romántico, adopta modelos de conducta totalmente fuera de sus principios. Las alegaciones más importantes de este personaje popular están recogidas en el fragmento seleccionado: los bandoleros no hacen daño, simplemente roban para su propia subsistencia; recordándonos que esa vida errante en el camino ha sido adoptada por necesidad, robando a los que más tienen para poder vivir. La imagen física de un personaje popularizado, de su entorno se percibe en la última descripción del texto “volvió las riendas de su jaca cordovesa y desapareció á galope por el camino.”


Ana García Romero


            

martes, 24 de diciembre de 2013

La misteriosa muerte de Don Félix de Montemar

            En esta entrada comentaremos otra de las incógnitas relacionadas con la obra de Esproceda El estudiante de Salamanca, como es la de la muerte de Don Félix de Montemar.
            Su muerte explícita llega en la última parte de la obra, cuando él mismo es testigo de su propio funeral:
Diga, señor enlutado,
¿a quién llevan a enterrar?
-Al estudiante endiablado
don Félix de Montemar»-,
respondió el encapuchado. .

            Pero él no lo cree y piensa que esto no es más que una mentira que dijo don Diego, hermano de Elvira, al morir a manos del propio don Félix:

¡El fanfarrón de don Diego!
De sus mentiras reniego,
que cuando muerto cayó,
al infierno se fue luego
contando que me mató. .

            No obstante, conforme se siguen desarrollando los acontecimientos, se descubre que esta muerte es real. La duda que se plantea es la de si en la batalla que mantuvieron don Félix y don Diego, vence el primero, el segundo o si ambos murieron.
            La obra se abre con una escena fantasmagórica en la que se produce una lucha entre dos personajes a priori desconocidos, y en la que, al menos uno, muere. Después un hombre que, por los rasgos descritos, sería don Félix, asiste a la visión de un fantasma:

Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó,
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado
a los ojos
se caló.

Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.

El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece,
cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor.

Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:


            Si comparamos esta escena con el inicio de la cuarta parte, encontramos una gran cantidad de similitudes que nos hacen pensar que dicha escena es la del duelo que mantienen don Félix y don Diego, y que, por tanto, en dicho enfrentamiento ambos acaban muriendo: la muerte de don Diego se pone de manifiesto en los primeros versos y la de don Félix se va viendo con el desarrollo de la acción:

Vedle, don Félix es, espada en mano,
sereno el rostro, firme el corazón;
también de Elvira el vengativo hermano
sin piedad a sus pies muerto cayó.
Y con tranquila audacia se adelanta
por la calle fatal del Ataúd;
y ni medrosa aparición le espanta,
ni le turba la imagen de Jesús.

Mueve los pies el Montemar osado
en las tinieblas con incierto giro,
cuando ya un trecho de la calle andado,
súbito junto a él oye un suspiro.

Diga, señor enlutado,
¿a quién llevan a enterrar?
-Al estudiante endiablado
don Félix de Montemar»-,
respondió el encapuchado. .



            En conclusión, Espronceda nos presenta una obra en la que la línea entre la vida y la muerte es tan fina que ni los propios personajes saben en qué estado se encuentran, y en la que el mundo de lo fantasmagórico cobra un papel principal. El hecho de que la escena del duelo aparezca al principio del relato, refuerza aun más la idea de que en dicha pelea don Félix también acabe muriendo, pues es la manera que tiene Espronceda de jugar con el lector, anticipándole el final sin que este sea consciente de ello. Por último, El estudiante de Salamanca nos sirve como un ejemplo más para ver la importancia de la muerte en las obras del Romanticismo, donde todos los personajes están inevitablemente ligados a este trágico destino.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Interpretación Estudiante de Salamanca

           En esta entrada vamos a hacer una breve reflexión sobre cómo se podría entender la figura de Elvira en el final de El estudiante de Salamanca y cuál es el significado que tiene dicho final.
            La duda que planea sobre esta obra es la de si Espronceda trata a la misma desde un punto de vista cristiano, en el que todos al final conseguirían la salvación eterna tras su arrepentimiento, o si la trata desde una perspectiva totalmente opuesta: tanto Elvira como Don Félix acaban unidos para siempre en el infierno. Doña Elvira aparece por primera vez en el texto con un retrato totalmente idealizado que representa el bien o como el propio Espronceda la llama, el “ángel puro de amor”:

Bella y más segura que el azul del cielo
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos,
ángel puro de amor que amor inspira,

fue la inocente y desdichada Elvira.

Es significativo también que este retrato aparezca justo después de la caracterización de Don Félix, totalmente opuesto al de la dama, y que por tanto, resalta aun más esos rasgos angelizados de ella frente a los satánicos de él. Pero durante el proceso de enamoramiento o seducción de los amantes, Elvira pierde esa pureza:
Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal,
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.


Y el amor acaba tornándose en locura contraria a la razón:

Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira,
en tu misma desventura,
que aun deleites te procura,
cuando tu pecho suspira,
tu misteriosa locura:
   Que es la razón un tormento,
y vale más delirar
sin juicio, que el sentimiento
cuerdamente analizar,
fijo en él el pensamiento.


Todo esto la lleva a la muerte, y por tanto dicha muerte no puede ser cristiana, pues el preferir primero el amor y después la locura en lugar de la razón, y no arrepentirse por ello hace que pierda toda su pureza y muera, bajo un punto de vista cristiano, en pecado: 

»Yo las bendigo, sí, felices horas,
presentes siempre en la memoria mía,
imágenes de amor encantadoras,

que aún vienen a halagarme en mi agonía.
Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras
sombras, por siempre; mi postrero día
ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!,
si aún gozo en recordar mi desvarío.

Pese a esto, su alma huye a “la mansión dichosa do los ángeles moran”, es decir, consigue su salvación. Pero en la última parte del texto, cuando va a por el alma de Don Félix, el ambiente en el que aparece y la representación de su propia figura, nos hace pensar que, aunque haya tenido la posibilidad de esa salvación, la rechaza a cambio de poder estar eternamente junto a su amado, el cual está condenado al infierno, pues en ningún momento se arrepiente por sus actos e incluso desafía a Dios:

«Dios presume asustarme: ¡ojalá fuera,
 -dijo entre sí riendo- el diablo mismo!
 que entonces, vive Dios, quién soy supiera
 el cornudo monarca del abismo.»
-Hay riesgo en seguirme. -Mirad ¡qué reparo!
 -Quizá luego os pese. -Puede que por vos.
 -Ofendéis al cielo. -Del diablo me amparo.
 -Idos, caballero, ¡no tentéis a Dios!

◦◦◦
     «Cantemos, dijeron sus gritos,
 la gloria, el amor de la esposa,
 que enlaza en sus brazos dichosa,
 por siempre al esposo que amó
:

su boca a su boca se junte,
y selle su eterna delicia,
 suave, amorosa caricia
 y lánguido beso de amor.

En conclusión, el final de la obra representa la caída de todos los personajes al infierno, y por tanto, la conversión de Elvira en el propio diablo que se lleva para siempre al propio diablo en la tierra, representado por Don Félix de Montemar:

¡Que era pública voz, que llanto arranca
 del pecho pecador y empedernido,
 que en forma de mujer y en una blanca
 túnica misteriosa revestido,
 aquella noche el diablo a Salamanca
 había en fin por Montemar venido
!...






jueves, 19 de diciembre de 2013

Un reo de muerte

“Sonreíame todavía de este pequeño recuerdo, cuando las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me pusieron delante que había llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno: si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí a un momento una lúgubre campanada de San Millán, semejante el estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela; el hombre no existía ya; todavía no eran las doce y once minutos. «La sociedad –exclamé– estará ya satisfecha: ya ha muerto un hombre.»”

Este es el último fragmento del artículo de Mariano José de Larra: << un reo de muerte>>. Dicho artículo es publicado en la Revista Mensajero el 30 de marzo de 1835 bajo el seudónimo de Fígaro.
Larra incorpora a través de sus artículos un concepto de la literatura totalmente actual: <<escribir es comprometerse con la situación general de la cultura, la moral, la religión, las relaciones familiares, las costumbres, etc. >>
Son artículos de costumbres en las que hay una crónica social de la España del siglo XIX en que pervivían los anacronismos del antiguo régimen. Es una época de gestación y parto de nuevas formas políticas y sociales. Nuestro autor escribe sobre la triste realidad, pues toma conciencia de la ignorancia, la miseria, el miedo y la indecisión y esto hace que se impida adquirir una verdadera personalidad como nación.
Frente a los artículos de costumbres de Larra, tenemos a Mesonero y Estébanez, que serán artículos de nostalgia de algo que se va, que se desmorona, que decae. Son dos concepciones del mundo, opuestas y contradictorias, que se resumen en dos posturas: la del conservador y la del progresista.
El tema principal es la pena de muerte, la cual el escritor está totalmente en contra al pensar que es inhumano. Otro de los temas que se ven es la presencia de armas en la sociedad, la morbosidad del pueblo o la arrogancia de clase.
A finales del siglo XVIII existe en la mayoría de los países una forma de ejecución. En Francia, por ejemplo, apareció la guillotina mientras que en España se prohibió el ahorcamiento en 1832, sustituyéndola por el garrote vil, un medio para que el sufrimiento de los condenados fuese más rápido.

El fragmento elegido nos cuenta el momento en el que el reo ya es llevado a su pena de muerte. Es una reflexión moral de la sociedad, en contra de la situación a la que están llegando y por culpa esa sociedad va a morir en medio de un público que parece que ni siente ni padece. Finalmente el reo es matado mediante el garrote vil. Por medio de la antítesis “si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él” el autor nos muestra la forma que tenía la sociedad de castigar a los que había hecho el mal.


A medida que la situación política se deterioraba, hasta ofrecer al escritor la visión de una realidad inmóvil, hundida en un pasado de deshonra, la amargura se convertía en la nota dominante de sus artículos, por encima de su prosa elegante e imaginativa.  Según José Luis Valera, así son: “sus artículos finales no cuentan; cantan, sollozan líricamente. En los últimos meses de su vida es literalmente que escribir es llorar, es monologar sin auditorio, es verdad también que en cada artículo enterraba una esperanza o una ilusión (…)

domingo, 15 de diciembre de 2013

El estudiante de Salamanca, final ambiguo.




La cuarta parte del Estudiante de Salamanca lo podemos interpretar de dos formas: si lo que  aparece es la propia Elvira o el diablo en forma de castigo.

Es una obra dividida en cuatro partes: presentación del héroe, retrato de doña Elvira; su víctima y muerte de ésta; intervención de don Diego, hermano de doña Elvira, vengador de su honra y víctima también; fin trágico del protagonista.
Caminando por una calle a altas horas de la noche, Montemar ve una vaga figura de mujer. La sigue y asiste a su propio entierro; luego llegan a una mansión, donde descubrirá a Elvira ya muerta como símbolo de la muerte y la tumba su lecho nupcial.
A don Félix de Montemar se le llama “segundo don Juan Tenorio”, tiene una actitud de arrogancia y se le considera dueño de “satánica figura” y tenido como “segundo lucifer”. En contraste tenemos a doña Elvira, “cándida rosa”, “alma celeste”.

Esto  presenta a Montemar en la mansión a la que ha llegado siguiendo a una misteriosa mujer:

Grandiosa, satánica figura,                      
alta la frente, Montemar camina,                         
espíritu sublime en su locura,                   
provocando la cólera divina:                    
fábrica frágil de materia impura,                           
el alma que la alienta y la ilumina,                         
con Dios le iguala, y con osado vuelo                   
se alza a su trono y le provoca a duelo.

Segundo Lucifer que se levanta                              
del rayo vengador la frente herida,                       
alma rebelde que el temor no espanta,                               
hollada sí, pero jamás vencida:                              
el hombre en fin que en su ansiedad quebranta             
su límite a la cárcel de la vida,                  
y a Dios llama ante él a darle cuenta,                   
y descubrir su inmensidad intenta.

En estos versos el protagonista se dirige a ella, que le ha conducido a la tumba, que duda de lo que está siguiendo:

«Diablo, mujer o visión,                    
que, a juzgar por el camino              
que conduce a esta mansión,           
eres puro desatino                
o diabólica invención:                       

Más tarde descubre que en realidad es Elvira, por lo que deducimos que no es el diablo quien viene a por él:


Y a su despecho y maldiciendo al cielo,                  
  de ella apartó su mano Montemar,             
 y temerario alzándola a su velo,                  
 tirando de él la descubrió la faz.                  

¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,                   
 ¡La esposa al fin que su consorte halló!                   
Los espectros con júbilo gritaron:                 
 ¡Es el esposo de su eterno amor!                 

Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! Y era               
(¡desengaño fatal!, ¡triste verdad!)              

una sórdida, horrible calavera,                     
la blanca dama del gallardo andar.
 
Podríamos decir que junto con El burlador de Sevilla, El estudiante de Salamanca y Don Juan Tenorio, el mito de don Juan ha sufrido una evolución hasta llegar a una total cristianización. Como bien sabemos, “el Don Juan” es una figura creada por Tirso de Molina en el S.XVII que va en contra de la moralidad cristiana, es un seductor y burlador de las mujeres. En cambio, cuando el protagonista de la obra de Espronceda se nos muestra como “don Juan” pensamos en el arquetipo creado anteriormente, pero en el final vemos una contradicción: Félix de Montemar se termina casando, aunque forzosamente. Por esto podríamos decir que está en el paso intermedio en la evolución. En Don Juan Tenorio el protagonista termina enamorándose plenamente y pierde la característica principal del mito, ser un burlador. Por lo tanto el protagonista se cristianiza y vuelve la moral.