martes, 7 de enero de 2014

El estudiante de Salamanca



La trágica muerte de Elvira, marca el punto de inflexión en esta obra. La pérdida de la razón fruto del amor perdido o mejor dicho en este caso, del abandono del amante, hace sumir a nuestra protagonista femenina en un estado de locura antes del desenlace fatal en el que recuerda una y otra vez los felices momento vividos con Don Félix. El amor la ciega, haciéndola incapaz de aceptar el trato interesado que su amante le ha prestado, y aun siendo conscientes de ello en momento de lucidez, no juzga ni sentencia este hecho.
Vedla, allí va que sueña en su locura,
presente el bien que para siempre huyó.
Dulces palabras con amor murmura:
Piensa que escucha al pérfido que amó.

Vedla, postrada su piedad implora
cual si presente la mirara allí:
Vedla, que sola se contempla y llora,
miradla delirante sonreír.

Morir por amor, ya sea por el abandono del amado o por la muerte natural de éste, es un efecto muy utilizado en el romanticismo. Los sentimientos son tan fuertes, tan intensos que la soledad y el recuerdo se hace inaguantable y conducen a la muerte del que los padece. Como le ocurre a Elvira, en el siguiente fragmento extraído del segundo acto de la obra, Elvira escribe justo antes de morir despidiéndose de su vida y así mismo de Don Félix, describiendo como aun siente el fuego de la pasión y el amor, sin guardar ningún rencor por el abandono que ha sufrido.
»Adiós por siempre, adiós: un breve instante
siento de vida, y en mi pecho el fuego
aún arde de mi amor; mi vista errante
vaga desvanecida... ¡calma luego,
oh muerte, mi inquietud!... ¡Sola... expirante!...
Ámame: no, perdona: ¡inútil ruego!
¡Adiós! ¡adiós! ¡tu corazón perdí!
-¡Todo acabó en el mundo para mí!»

El halo romántico envuelve a la muerte de Elvira, la utilización de escenarios oscuros y lúgubres, como puede ser la puesta de sol,  la imagen de un cementerio lleno de tumbas o la naturaleza representada con flores tristes, despide el segundo acto dedicado a la desgracia de Elvira, describiendo su destino después de la muerte.
Y huyó su alma a la mansión dichosa,
do los ángeles moran... Tristes flores
brota la tierra en torno de su losa,
el céfiro lamenta sus amores.

Sobre ella un sauce su ramaje inclina,
sombra le presta en lánguido desmayo,
y allá en la tarde, cuando el sol declina,
baña su tumba en paz su último rayo...


Ana García Romero

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