viernes, 20 de diciembre de 2013

Interpretación Estudiante de Salamanca

           En esta entrada vamos a hacer una breve reflexión sobre cómo se podría entender la figura de Elvira en el final de El estudiante de Salamanca y cuál es el significado que tiene dicho final.
            La duda que planea sobre esta obra es la de si Espronceda trata a la misma desde un punto de vista cristiano, en el que todos al final conseguirían la salvación eterna tras su arrepentimiento, o si la trata desde una perspectiva totalmente opuesta: tanto Elvira como Don Félix acaban unidos para siempre en el infierno. Doña Elvira aparece por primera vez en el texto con un retrato totalmente idealizado que representa el bien o como el propio Espronceda la llama, el “ángel puro de amor”:

Bella y más segura que el azul del cielo
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos,
ángel puro de amor que amor inspira,

fue la inocente y desdichada Elvira.

Es significativo también que este retrato aparezca justo después de la caracterización de Don Félix, totalmente opuesto al de la dama, y que por tanto, resalta aun más esos rasgos angelizados de ella frente a los satánicos de él. Pero durante el proceso de enamoramiento o seducción de los amantes, Elvira pierde esa pureza:
Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal,
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.


Y el amor acaba tornándose en locura contraria a la razón:

Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira,
en tu misma desventura,
que aun deleites te procura,
cuando tu pecho suspira,
tu misteriosa locura:
   Que es la razón un tormento,
y vale más delirar
sin juicio, que el sentimiento
cuerdamente analizar,
fijo en él el pensamiento.


Todo esto la lleva a la muerte, y por tanto dicha muerte no puede ser cristiana, pues el preferir primero el amor y después la locura en lugar de la razón, y no arrepentirse por ello hace que pierda toda su pureza y muera, bajo un punto de vista cristiano, en pecado: 

»Yo las bendigo, sí, felices horas,
presentes siempre en la memoria mía,
imágenes de amor encantadoras,

que aún vienen a halagarme en mi agonía.
Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras
sombras, por siempre; mi postrero día
ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!,
si aún gozo en recordar mi desvarío.

Pese a esto, su alma huye a “la mansión dichosa do los ángeles moran”, es decir, consigue su salvación. Pero en la última parte del texto, cuando va a por el alma de Don Félix, el ambiente en el que aparece y la representación de su propia figura, nos hace pensar que, aunque haya tenido la posibilidad de esa salvación, la rechaza a cambio de poder estar eternamente junto a su amado, el cual está condenado al infierno, pues en ningún momento se arrepiente por sus actos e incluso desafía a Dios:

«Dios presume asustarme: ¡ojalá fuera,
 -dijo entre sí riendo- el diablo mismo!
 que entonces, vive Dios, quién soy supiera
 el cornudo monarca del abismo.»
-Hay riesgo en seguirme. -Mirad ¡qué reparo!
 -Quizá luego os pese. -Puede que por vos.
 -Ofendéis al cielo. -Del diablo me amparo.
 -Idos, caballero, ¡no tentéis a Dios!

◦◦◦
     «Cantemos, dijeron sus gritos,
 la gloria, el amor de la esposa,
 que enlaza en sus brazos dichosa,
 por siempre al esposo que amó
:

su boca a su boca se junte,
y selle su eterna delicia,
 suave, amorosa caricia
 y lánguido beso de amor.

En conclusión, el final de la obra representa la caída de todos los personajes al infierno, y por tanto, la conversión de Elvira en el propio diablo que se lleva para siempre al propio diablo en la tierra, representado por Don Félix de Montemar:

¡Que era pública voz, que llanto arranca
 del pecho pecador y empedernido,
 que en forma de mujer y en una blanca
 túnica misteriosa revestido,
 aquella noche el diablo a Salamanca
 había en fin por Montemar venido
!...






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