domingo, 15 de diciembre de 2013

El estudiante de Salamanca, final ambiguo.




La cuarta parte del Estudiante de Salamanca lo podemos interpretar de dos formas: si lo que  aparece es la propia Elvira o el diablo en forma de castigo.

Es una obra dividida en cuatro partes: presentación del héroe, retrato de doña Elvira; su víctima y muerte de ésta; intervención de don Diego, hermano de doña Elvira, vengador de su honra y víctima también; fin trágico del protagonista.
Caminando por una calle a altas horas de la noche, Montemar ve una vaga figura de mujer. La sigue y asiste a su propio entierro; luego llegan a una mansión, donde descubrirá a Elvira ya muerta como símbolo de la muerte y la tumba su lecho nupcial.
A don Félix de Montemar se le llama “segundo don Juan Tenorio”, tiene una actitud de arrogancia y se le considera dueño de “satánica figura” y tenido como “segundo lucifer”. En contraste tenemos a doña Elvira, “cándida rosa”, “alma celeste”.

Esto  presenta a Montemar en la mansión a la que ha llegado siguiendo a una misteriosa mujer:

Grandiosa, satánica figura,                      
alta la frente, Montemar camina,                         
espíritu sublime en su locura,                   
provocando la cólera divina:                    
fábrica frágil de materia impura,                           
el alma que la alienta y la ilumina,                         
con Dios le iguala, y con osado vuelo                   
se alza a su trono y le provoca a duelo.

Segundo Lucifer que se levanta                              
del rayo vengador la frente herida,                       
alma rebelde que el temor no espanta,                               
hollada sí, pero jamás vencida:                              
el hombre en fin que en su ansiedad quebranta             
su límite a la cárcel de la vida,                  
y a Dios llama ante él a darle cuenta,                   
y descubrir su inmensidad intenta.

En estos versos el protagonista se dirige a ella, que le ha conducido a la tumba, que duda de lo que está siguiendo:

«Diablo, mujer o visión,                    
que, a juzgar por el camino              
que conduce a esta mansión,           
eres puro desatino                
o diabólica invención:                       

Más tarde descubre que en realidad es Elvira, por lo que deducimos que no es el diablo quien viene a por él:


Y a su despecho y maldiciendo al cielo,                  
  de ella apartó su mano Montemar,             
 y temerario alzándola a su velo,                  
 tirando de él la descubrió la faz.                  

¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,                   
 ¡La esposa al fin que su consorte halló!                   
Los espectros con júbilo gritaron:                 
 ¡Es el esposo de su eterno amor!                 

Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! Y era               
(¡desengaño fatal!, ¡triste verdad!)              

una sórdida, horrible calavera,                     
la blanca dama del gallardo andar.
 
Podríamos decir que junto con El burlador de Sevilla, El estudiante de Salamanca y Don Juan Tenorio, el mito de don Juan ha sufrido una evolución hasta llegar a una total cristianización. Como bien sabemos, “el Don Juan” es una figura creada por Tirso de Molina en el S.XVII que va en contra de la moralidad cristiana, es un seductor y burlador de las mujeres. En cambio, cuando el protagonista de la obra de Espronceda se nos muestra como “don Juan” pensamos en el arquetipo creado anteriormente, pero en el final vemos una contradicción: Félix de Montemar se termina casando, aunque forzosamente. Por esto podríamos decir que está en el paso intermedio en la evolución. En Don Juan Tenorio el protagonista termina enamorándose plenamente y pierde la característica principal del mito, ser un burlador. Por lo tanto el protagonista se cristianiza y vuelve la moral. 

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