Ha dado en no responder,
que es la más rara locura
que puede hallarse en mujer,
y en que yo la he de querer
por su paso de andadura».
En tanto don Félix a tientas
seguía,
delante camina la blanca visión,
.
triplica su espanto la noche
sombría,
sus hórridos gritos redobla
Aquilón.
Rechinan girando las férreas
veletas,
crujir de cadenas se escucha
sonar,
las altas campanas, por el viento
inquietas .
pausados sonidos en las torres
dan.
Rüido de pasos de gente que viene
a compás marchando con sordo
rumor,
y de tiempo en tiempo su marcha
detiene,
y rezar parece en confuso son.
El
paseo que realiza Don Félix con esa mujer desconocida y enigmática en el cuarto
acto de la obra, es un recorrido hacia
la muerte. Se ofrecen muestras tétricas y oscuras típicas del romanticismo,
para mostrar como la vida se ha ido y todo ese mundo de muerte que le rodea es
real. La mujer no contesta, no le habla salvo en concretas excepciones, ella es
la guía de este camino, ella es la muerte que de la mano lo lleva, un posible castigo
a esa vida de lujos y excesos. Hay una alusión mitológica al dios de la tempestad
Aquilón, tenemos que recordar que las alusiones a la cultura clásica son muy
frecuentes en el estilo literario romántico.
Las
pistas que se nos ofrecen para entender que no es un sitio agradable en el que
se encuentran son numerosas, si se trata de la muerte sin duda no es una
celestial y descansada, sino inferna, la descripción de la oscuridad y el ruido
de las cadenas pronostican lo que ya ha ocurrido y lo que nuestro protagonista
aun no ha entendido, que probablemente murió en la batalla con Don Diego, y que
está haciendo un recorrido hacia la casa de los muertos.
Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro
cuál fuera,
cuando horrorizado con espanto ve
.
que el uno don Diego de Pastrana
era,
y el otro, ¡Dios santo!, y el
otro era él...!
Él mismo, su imagen, su misma
figura,
su mismo semblante, que él mismo
era en fin:
y duda y se palpa y fría pavura .
un punto en sus venas sintió
discurrir.
Al fin era hombre, y un punto
temblaron
los nervios del hombre, y un
punto temió;
mas pronto su antigua vigor
recobraron,
pronto su fiereza volvió al
corazón.
-Lo que es, dijo, por Pastrana,
bien pensado está el entierro;
mas es diligencia vana
enterrarme a mí, y mañana
me he de quejar de este yerro.
Durante
este recorrido infernal Don Félix es testigo del entierro de dos hombres, aquí
se da cuenta de que uno de los cadáveres reza con el nombre de Don Diego y el
otro con el suyo propio. Esta predicción exacta es la primera que nos confirma
la muerte de Don Félix, sin embargo a pesar de en una primera instancia haber
temido y dudado acerca de si estaba vivo o muerto, su seguridad y confianza, su
altanería y soberbia, hace negarse la evidencia clara de su muerte, alegando
ser imposible este hecho ya que él está vivo. Sin duda el tratamiento que
recibe aquí la muerte, la forma de morir y el reconocimiento de su propia
muerte, está tratado con un halo fantástico y maravilloso la realidad de la
vida se esfuma para mostrarnos la realidad de la muerte, una forma muy típica y
singular que tiene el romanticismo de mostrarnos siempre el momento que alcanza
todo ser vivo, la muerte.
Ana García Romero
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