Este texto
de Mariano José de Larra es una crítica a la sociedad en la que curiosamente
comienza dudando sobre la posibilidad de si la sociedad puede o no quejarse con
respecto a nada. Es por ello que realiza un paralelismo de la sociedad con el
teatro, como la vida es como un teatro en el que se muestran los peores
personajes. Termina definiendo el mayor de los teatros, o la mayor de las
farsas: la política. Como el pueblo representa al público que no puede nada más
que mirar mientras que los políticos son los que actúan. Todo esto lo relata de
una manera magistral usando la ironía y la parodia, además acompañándola con
una calidad escrita solo digna de este autor.
Sus quejas
se trasladan directamente a la censura, y poco después desviará el tema hasta
la pena de muerte de la que se muestra contrario. Me parece curiosa la
comparación que hace del ajusticiamiento de un reo con la eliminación de un
miembro del cuerpo.
También increíble
es la comparativa que hace de cómo se mezcla el ambiente del reo que va a ser
ajusticiado con el mundo que sigue moviéndose al lado. Como mientras uno va a
ser asesinado, en el otro lado de la calle la vida continua. Es parte del
horror del condenado. Al final lo único que le queda antes de despedirse es
visitar la capilla. Ya está más cercano a Dios que a los hombres. Lo estamos
obligando a mirar a lo sagrado.
Para
finalizar, el que va a ser ajusticiado no le queda otra que caminar hacía el
patíbulo donde todos lo observarán. Aquellos que pronto estarán como él, le
cantan una canción de despedida. Pronto serán ellos los que la oigan. Mientras,
nuestro autor continua su narración lenta y dolorosa mientras nos muestra su
desgana y su pesimismo con respecto a una sociedad que está más muerta que
viva. Puesto que poco a poco se va desmembrando sin darse cuenta.
Juan Jesús
González Moreno
No hay comentarios:
Publicar un comentario