En esta entrada comentaremos otra de
las incógnitas relacionadas con la obra de Esproceda El estudiante de Salamanca, como es la de la muerte de Don Félix de
Montemar.
Su muerte explícita llega en la
última parte de la obra, cuando él mismo es testigo de su propio funeral:
Diga, señor enlutado,
¿a quién llevan a enterrar?
-Al estudiante endiablado
don Félix de Montemar»-,
respondió el encapuchado. .
Pero él no lo cree y piensa que esto
no es más que una mentira que dijo don Diego, hermano de Elvira, al morir a
manos del propio don Félix:
¡El fanfarrón de don Diego!
De sus mentiras reniego,
que cuando muerto cayó,
al infierno se fue luego
contando que me mató. .
No obstante, conforme se siguen
desarrollando los acontecimientos, se descubre que esta muerte es real. La duda
que se plantea es la de si en la batalla que mantuvieron don Félix y don Diego,
vence el primero, el segundo o si ambos murieron.
La obra se abre con una escena
fantasmagórica en la que se produce una lucha entre dos personajes a priori
desconocidos, y en la que, al menos uno, muere. Después un hombre que, por los
rasgos descritos, sería don Félix, asiste a la visión de un fantasma:
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó,
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado
a los ojos
se caló.
Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.
El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece,
cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor.
Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Si comparamos esta escena con el
inicio de la cuarta parte, encontramos una gran cantidad de similitudes que nos
hacen pensar que dicha escena es la del duelo que mantienen don Félix y don Diego,
y que, por tanto, en dicho enfrentamiento ambos acaban muriendo: la muerte de
don Diego se pone de manifiesto en los primeros versos y la de don Félix se va
viendo con el desarrollo de la acción:
Vedle, don Félix es, espada en mano,
sereno el rostro, firme el corazón;
también de Elvira el vengativo hermano
sin piedad a sus pies muerto cayó.
Y con tranquila audacia se adelanta
por la calle fatal del Ataúd;
y ni medrosa aparición le espanta,
ni le turba la imagen de Jesús.
Mueve los pies el Montemar osado
en las tinieblas con incierto giro,
cuando ya un trecho de la calle andado,
súbito junto a él oye un suspiro.
Diga, señor enlutado,
¿a quién llevan a enterrar?
-Al estudiante endiablado
don Félix de Montemar»-,
respondió el encapuchado. .
En conclusión, Espronceda nos presenta
una obra en la que la línea entre la vida y la muerte es tan fina que ni los
propios personajes saben en qué estado se encuentran, y en la que el mundo de
lo fantasmagórico cobra un papel principal. El hecho de que la escena del duelo
aparezca al principio del relato, refuerza aun más la idea de que en dicha
pelea don Félix también acabe muriendo, pues es la manera que tiene Espronceda
de jugar con el lector, anticipándole el final sin que este sea consciente de
ello. Por último, El estudiante de Salamanca nos sirve como un ejemplo más
para ver la importancia de la muerte en las obras del Romanticismo, donde todos
los personajes están inevitablemente ligados a este trágico destino.
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